¿Facilitamos que nuestros hijos con diabetes hagan lo mismo que otros niños de su edad?
Hace unas semanas leí una entrevista (El Correo, 20/04/2014, p. 86) a Teresa Perales, una nadadora española sin movilidad de cintura para abajo que había ganado 22 medallas paralímpicas. El titular me encantó; era una cita de su entrevista que decía así “La única barrera es el autosabotaje, el no puedo y no lo intento, el miedo” y la verdad es que pensé, ¡cuánta razón tiene esta mujer! Efectivamente, creo que lo que ella denomina el autosabotaje es una de las cosas que más nos limita en la vida. Siempre, para todo, tenemos razones para decir, “no puedo”, “no soy capaz”, “nunca voy a ser capaz de conseguirlo” y, lo que está claro es que, si nunca lo intentamos, nunca lo conseguiremos. ¿Conocéis a algún adulto que no sepa nadar? Yo sí y me consta que fue porque de pequeño, nadie de su entorno (ni él mismo), consideró que podía; lo intentó algún día pero cuando, con menos de 10 años, decidió que no iba a ser capaz, no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. Lo fácil era no seguir intentándolo y, como era cabezota, nadie quería llevare la contraria. Años antes, cuando apenas hablaba, también se quejó de que nunca iba a ser nunca capaz de andar y, afortunadamente entonces, no se expresó con suficiente claridad o sus padres supieron que se equivocaba.
Este autosabotaje nos afecta a todos y a todos los niveles. Hace unas semanas, un alumno universitario de 20 años me decía “yo ya he perdido el tren de los idiomas”; “¿qué has perdido el tren con 20 años?, ¡no digas tonterías!; lo que tienes que hacer es ponerte las pilas YA!” le contesté pero me consta que no lo siente, que el entorno no le ayuda y que, por tanto, es prácticamente imposible que lo consiga.
Me parece que, nosotros, como padres, tenemos que tratar de que en el futuro, nuestros hijos no se autosaboteen con el “no puedo y por tanto, no lo intento”. Al contrario que los padres del adulto que hoy no sabe nadar, debemos demostrar que nuestros hijos, con o sin diabetes, pueden hacer todo aquello que se propongan. Muchas veces sentimos que nuestro hijo necesita nuestra protección constante, que no puede ir a dormir a casa de amigos o familiares, que no puede pasar una tarde alejado de nuestra mirada protectora, que nadie le va a cuidar como nosotros y acabamos haciéndoles chicos y chicas hiper protegidos y poco independientes; el “no puede y no lo intento” que decía la nadadora esconde nuestro miedo a los posibles riesgos. Es normal que nos cueste más dejar a nuestros hijos con diabetes al cuidado de personas no familiarizadas con la enfermedad pero si esos adultos son responsables, les dejamos unas instrucciones claras, un teléfono de contacto permanente y una pauta que asegure un nivel de glucemia un poquito más alto que lo óptimo para evitar posibles hipos, contribuiremos a facilitar esa autonomía tan necesaria en la vida, a que no se autosaboteen en el futuro ante caminos que indudablemente van a tener que tomar y a que sean lo que son: ¡niños normales como cualquier otro que hacen lo mismo que los demás!
Covadonga Aldamiz-Echevarría
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